31.7.06

Un paro para quedarse parado

El paro laboral de los trabajadores de tierra de Iberia en tareas de handling del aeropuerto de El Prat de Barcelona, un paro "salvaje" porque no se trató de una huelga convocada según lo legalmente establecido, ha sacado a la luz las carencias del sistema político y social actuales, donde un grupo de empleados temerosos de perder su puesto de trabajo tienen el poder no sólo de paralizar las actividades de su empresa sino las del resto de compañías aéreas que operan en un aeropuerto.

EL ESPECTÁCULO DE LAS PISTAS INVADIDAS
Con esto, lo más grave de todo es la invasión y ocupación de las instalaciones restringidas -pistas- con remolques volcados y jardineras y otros vehículos utilizados para cortar el paso sin que la dirección del aeropuerto ni otros responsbales de la seguridad tomasen las decisiones que se deben tomar en casos como el sucedido. Fue una dejadez de responsabilidades que debería comportar la sustitución inmediata de quienes no cumplieron con lo que se supone forma parte también de sus cargos.

¿SEGURIDAD?
La seguridad quedó, una vez más, en entredicho en el aeropuerto de Barcelona donde hace un tiempo un periodista de un medio local fue capaz de llegar hasta la cabinda de un avión para demostar así que cualquier persona con intención de burlar la vigilancia puede hacerlo sin excesiva dificultad. En este caso del paro, la inseguridad de las instalaciones ha quedado demostrado que es muy alta.

DESINFORMACIÓN DURANTE HORAS Y HORAS
Otro de los aspectos que merecen comentario es la falta de información y de atención a los pasajeros afectados. ¿Dónde estaban determinados portavoces de Aena, de las compañías y de las administraciones que tanto reclaman el traspaso del aeropuerto a la ciudad o a la autonomía? ¿Acaso no están preparados para situaciones de crisis como la padecida?

PARTIDISMO POLÍTICO Y MIRAS EQUIVOCADAS
Los que sí hablaron fueron los representantes de los principales partidos políticos que tienen presencia parlamentaria en Barcelona, así como el alcalde de la ciudad y el director general de su consorcio turístico.
Los primeros actuaron con hábil sentido partidista y electoralista, llevando el agua a su molino respectivo, pero evitando comentar la clave de la cuestión, que no es otra que se trataba de un paro ilegal y de unos incívicos comportamientos laborales y sindicales.
Y los dos últimos, una vez más, dejaron claro que anteponen los intereses turísticos de Barcelona como destino turístico del que se benefician unos pocos a los intereses y preocupaciones de los ciudadanos locales, que eran la mayoría de los afectados.

LA DEGRADACIÓN BARCELONESA
Barcelona, la exitosa ciudad turística, ha vuelto a ver salpicada su imagen por un espectáculo indigno de ella y de la mayoría de sus habitantes, aunque han sido algunos de sus habitantes los protagonistas de esta forma de violencia pasiva contra sus propios conciudadanos y los visitantes.
Violencia pasiva y no tan pasiva ante la que existe una permisividad -que no tolerancia, que son dos conceptos muy distintos- que probablemente genera estados de ánimo que favorecen la proliferación de actuaciones irresponsables e ilegales porque luego no pasa nada, nadie quiere asumir el coste de imagen personal de proseguir las acciones legales y democráticamente establecidas conducentes a castigar a los culpables de los platos rotos. Porque hay platos rotos y hay culpables, así como hay perjucios ajenos y perjudicados.

POLÍTICAMENTE INCORRECTO
En el país de lo políticamente correcto que es Cataluña, en el que tanta aceptación de audiencia tienen los programas televisivos de humor políticamente correcto pero muchas veces irrespetuosos con lo divino y lo humano -salvo excepciones muy contadas- tendría cabida una parodia con esos responsables turísticos de la capital catalana aprovechando la excelente oportunidad de presentar a los ciudadanos atrapados en el aeropuerto como una atracción más del gran parque temático, salpicado incluso de notas pintorescas como los últimos actos incívicos, en que están convirtiendo la urbe, con sus habitantes como figurantes, como recientemente señalaba una certera carta de un lector publicada en un periódico local.